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Sensibilidad y Altas Capacidades

Necesidades emocionales y AACC

Artículo publicado el 4 de septiembre de 2016

El afecto es la clave para ayudar a los niños de altas capacidades

 

“Si queremos ayudar a estos niños a sentirse bien consigo mismos debemos usar el afecto. Esa es la clave”, Jeanne Siaud-Facchin.

 

Lo que más hay que trabajar con los niños de altas capacidades es la parte emocional. Según explica la profesora y especialista en altas capacidades, María Sánchez,  autora del libro “Las altas capacidades en la escuela inclusiva”, “la parte emocional del cerebro de estos niños es más fina. Al ser más fina, las emociones son súper nativas. Una mala noticia es la peor del mundo y una buena es increíble”.

Por su parte, Jeanne Siaud-Facchin, psicóloga especializada en superdotación, afirma que “estos niños funcionan antes con el corazón y con las emociones que con la razón, el intelecto y la inteligencia racional”. Por eso, si queremos ayudarles a sentirse bien consigo mismos debemos usar el afecto. Esa es la clave.

 

Hiperemotividad y altas capacidades

Muchos niños de altas capacidades tienen “hiperemotividad”, es decir, sienten todo de manera amplificada. Sufren unas oscilaciones tremendas de su volumen emotivo, como olas que recorren su cuerpo. Son amplificadores emocionales. En ocasiones, vivir con ese “exceso” emocional puede ser un ejercicio peligroso para las personas que les rodean. Algunos profesores y padres los tachan de “dramáticos” y “exagerados”. Pero ellos no lo hacen para fastidiar a los demás, ellos son así.

La psicóloga Siaud-Facchin considera que debemos tratar de  comprender que “el superdotado se contiene mucho. En seguida se conmueve y se siente herido. Un comentario anodino, una palabra o una frase negligente desencadenan arrebatos de emoción que el superdotado, en un primer momento, intenta canalizar intelectualizar y minimizar. Se esfuerza por disminuir la reacción pese a que las lágrimas y la cólera asoman”.

 

Sentirse acompañados

Las características afectivas del superdotado están validadas por los conocimientos científicos actuales y por la neurociencia. Estos niños necesitan, por encima de todo, sentirse acompañados. Acompañar en el sentido de “coger de la mano y mostrar caminos, no tirar o empujar para que el niño los tome a toda costa”. Necesitan especialmente sentirse valorados, reconfortados, apoyados. Es muy importante gratificar sus esfuerzos de alguna forma.

Las neurociencias lo validan: cuando se coge físicamente de la mano a alguien que sufre, se produce una liberación de hormonas en el hipotálamo, que aplacan las emociones negativas. Sentir físicamente la conexión con el otro es un “medicamento” regulador de una eficacia probada al alcance de todos y de forma muy especial en el caso de las personas con altas capacidades.

En el caso de los niños, el desajuste entre su edad cronológica y emocional complica aún más la situación. Un niño de seis años que razona como uno de nueve no se siente cómodo con los niños de seis. Sin embargo, no estará emocionalmente preparado para vivir inmerso en un mundo de nueve, porque tiene seis y sus emociones son las propias de un niño de esa edad, con lo que carecerá de la experiencia necesaria para comprender y manejar esos estados emocionales. Esta disincronía emocional se puede manifestar en conductas como la impulsividad, la falta de atención, hábitos nerviosos o la falta de planificación. Este niño no necesita más presión por parte de los adultos, sino su comprensión y afecto.

 

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